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Una noche salpicada de luces, apareció ante la puerta de Ignacio, un muchacho de desgarbado aspecto; sus ojos eran vacíos y estaban teñidos del color que reinaba en el cielo en ese momento, su joven piel lucía pálida y famélica, quizás por el frío de la calle. En cuanto Ignacio se acercó a ayudarlo, se desplomó entre sus brazos y el calor de su pecho trajo de vuelta tan solo un poco del color de las mejillas de aquel misterioso joven. Ignacio lo llevó al cuarto de huéspedes y lo arropó suavemente. Cuatro días pasaron antes de que el muchacho despertara, con el estómago rugiendo y cara de desorientación. El dueño de casa se apresuró a servirle un tardío pero delicioso desayuno. Ninguno habló ese día, no eran necesarias las preguntas; ninguno querías ser interrogado, y ninguno necesitaba respuestas. Pocos días después, cuando el joven estuvo recuperado, con un cordial agradecimiento se despidió de su salvador. Nunca más volvieron a verse, nunca supo ninguno el nombre del otro, pero ambos sabían que por primera vez en su vida, habían conocido, lo que todos llaman amor.
Fin
29
dic
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